Entre el Cielo y el Infierno: La crisis de fe explorada en ‘The Exorcist’

The Exorcist, o El Exorcista, sacudió al mundo entero hace 50 años y el cine de terror no ha sido el mismo desde entonces. Impresionó al público con sus representaciones de exámenes médicos dolorosos, niveles de blasfemia que superaban el estándar de Hollywood, y una escena en la que una niña de 12 años se masturba con un crucifijo. Repudiada por unos y amada por otros. El evangelista Billy Graham dijo que veía al demonio en cada fotograma y trató de evitar que los cristianos vieran la película para no exponerse a semejante maldad. La Iglesia Católica tuvo un conflicto, por un lado condenando la profanidad y violencia presentados, mientras que miembros de su comunidad felicitaban la forma en la que se mostraba el poder del bien sobre el mal. A algunos críticos les encantó, y otros la detestaron, pero lo realmente importante es que el público la vio, al punto que la convirtieron en la película con mayor recaudación de su año. Durante 1973 y 1974 se hizo famosa por hacer que el público grite, se desmaye y hasta vomite. Hay muchas entrevistas grabadas en las que se puede ver a personas bastante afectadas retirándose de la sala rayando en la histeria. Pero debajo de todo este sensacionalismo, está presente la razón por la que fue y sigue siendo efectiva, porque solo es una película sobre el demonio en la superficie. En realidad, The Exorcist es una historia sumamente humana.

The Exorcist toca muchos temas, pero por encima de todos ellos, están los de las experiencias del credo religioso y las tensiones entre la fe y la razón. En un extremo tenemos al Padre Lancaster Merrin, interpretado por Max Von Sydow. Merrin es la encarnación del fervor, predestinado desde el inicio del argumento a enfrentarse al demonio. Su fe en Dios y en la religión católica son inamovibles, y tiene la voluntad de ser una fuerza del bien en nuestro mundo aunque tenga que morir en el intento. Y al otro extremo tenemos a Chris MacNeil (Ellen Burstyn), quien desde antes de los eventos de esta historia no tiene mayor lazo con el mundo espiritual, y no tiene tiempo para practicar un credo o conectarse con alguna religión. Le llaman la atención las monjas y los sacerdotes que viven en los alrededores del lugar donde está filmando, pero los ve casi como si fueran una cultura distante.

En medio de estos dos mundos encontramos al Padre Damien Karras (Jason Miller), un sacerdote que ha abandonado su fe casi por completo. El escritor de la novela original, William Peter Blatty, ofrece muchos detalles sobre sus personajes, pero parece entender a Karras de una manera mucho más profunda que a los demás. Como católico practicante, escribía sobre temas de fe y frecuentemente se rodeaba de cuestionamientos y dudas hacia su credo. Sus novelas The Ninth Configuration y Legion, y las películas en las que se convirtieron (Legion se convirtió en The Exorcist III) son una prueba de ello. A través de Karras, Blatty crea un vehículo para esa parte de la audiencia que no está ni con Merrin ni con McNeil, esas personas refugiadas en una fe religiosa que lucha con sus dudas y no saben si creer o no hacerlo. Karras es a la vez un hombre espiritual y un hombre de ciencia, un psicólogo por profesión cuyo entrenamiento provino de la comunidad jesuita a la que se consagró. Es la personificación de la lucha entre la fe y la razón, la cual aparece incluso en las sagradas escrituras. Además, Karras también representa a todo un país en transición, ya que los EEUU empezaba su larga transición a ser un estado post-religioso.

En un nivel más humano, Damien Karras ha perdido la esperanza, y su mayor síntoma es su sensación de impotencia. En un momento clave de la película, un mendigo toma su mano y le pide ayuda, afirmando haber sido monaguillo. Karras solo se queda mirándolo en silencio, tal vez por desagrado, o tal vez por sentirse incapaz de ayudarlo realmente pues esta impotencia lo ha dejado vacío, frío y sin la llama de la empatía que mantuvo ardiendo en sí mismo durante su juventud. Damien podría haberle pedido ayuda al Padre Celestial, rogando por una señal pero solo recibiendo un temible silencio como respuesta. Poco después de este incidente, le confiesa a Tom, un amigo sacerdote, que ha perdido su fe, y se le ve devastado por pronunciar estas palabras. También siente impotencia al no poder ayudar a su madre enferma, interpretada por Vasiliki Maliaros. Parece no tener las fuerzas para cuidar de ella de la manera que quisiera. Cuando ella se va, este hecho lo reduce prácticamente a un cascarón vacío.

Cuando Chris MacNeil acude desesperada al Padre Karras, él usa la ciencia en lugar de la fe para calmarla, pero en este punto, hasta la escéptica Chris ha llegado a su límite de confianza en lo humanamente posible. Está cansada después de haber visto a todos los psiquiatras posibles y sabe que necesita a un sacerdote, por ello le pide a Karras que vaya a ver a su hija Reagan (Linda Blair). Al comienzo, sigue el mismo camino que los psicólogos que vieron antes, llegando a la conclusión de que Reagan está pasando por un episodio psicológico extremo. Cuando Merrin llega a la casa, Karras trata de darle toda la información que obtuvo tras el análisis psicológico, explicando que al parecer hay tres personalidades, a lo cual Merrin responde que solo se trata de una. Con estas palabras, Merrin inmediatamente vuelve a ser un bastión de fe, tan necesario en esta parte de la trama.

Después de inciado el exorcismo, las dudas de Damien se hacen presentes, pues no es capaz de explicar lo que está ocurriendo. El demonio usa el incidente con el mendigo y los recuerdos de su madre para quebrarlo mental y físicamente. “¡Tú mataste a tu madre! ¡La dejaste morir sola!”, le grita, mientras usa sus voces para perturbarlo. Más adelante, llega a aparecer ante Damien como su madre, atacando su culpa, burlándose de él, destruyéndolo. Estas pruebas terminan con su acto final de compasión, en el cual se sacrifica por Reagan, haciendo que el demonio la deje y se meta en él, acabando con su vida para proteger a la niña. Al final, se le da la oportunidad de cometer un último acto de fe cuando se confiesa silenciosamente con su amigo el Padre Dyer, interpretado por el sacerdote jesuita William O’Malley, al pie de las infames escaleras por las que rodó. En Juan 15:13 se puede leer “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.” El acto de Karras es una muestra del más grande amor al entregar su vida por Reagan, su madre, y sus amigos el teniente Kinderman (Lee J. Cobb) y el Padre Dyer. No nos dicen explícitamente que Karras recuperó su fe, pero hay una fuerte implicación de que sí lo hizo.

El director William Friedkin sostiene cuando se trata de The Exorcist, uno encuentra lo que busca. Ha hecho esta afirmación por años, y se ha mantenido válida. Con el paso de los años, ha pasado de ser “la película más aterradora de todos los tiempos” a una fuente de análisis personal muy interesante. Es como si hubiéramos madurado junto a ella, dejando de lado el morbo de ver una película bastante extrema en la era en que fue hecha, con vómitos, cabezas que giran, blasfemias y muebles que vuelan, para dar paso a una reflexión mucho más profunda.

El tiempo se ha encargado de convertirla en una leyenda, con mucha información errada circulando por décadas entre las personas que la vieron o que aseguraban haberla visto. Lo real es que The Exorcist no es una película perfecta y tiene puntos débiles como cualquier producción cinematográfica, más aún si la comparamos con los estándares actuales. Sin embargo, los momentos dignos de recordarse están presentes, tanto los logros técnicos como aquellos que pueden afectarnos como espectadores. Todo esto ha terminado jugando a favor de que se convierta en una película muy entrañable para quienes hemos querido verla innumerables veces y aprendimos a encontrar lo realmente maravilloso en su argumento. La parte importante es sin duda la crisis de fe que experimenta el Padre Karras, y que finalmente lo lleva a convertirse en un héroe.

Hoy es muy posible sentirse como Damien Karras. Mirar alrededor y sentir impotencia ante tanto dolor y tragedia, sabiendo lo poco que uno puede hacer al respecto. Y no solo se trata de creencias religiosas, sino de nuestra convivencia como sociedad, donde se ve mucha hipocresía y tenemos personas en cargos públicos adorando el dinero más que a cualquier dios, abrazando este poder al punto de pasar por encima de otros más humildes para mantenerlo. Y al igual que el Padre Damien, no podemos explicarnos cómo llegamos a ello, y caemos en la duda de si aún vale la pena tener fe, de qué lado de la balanza deberíamos estar.

El silencio que recibió Karras como respuesta es una sensación cada vez más común, tanto que nos hace dudar si realmente es una respuesta o estamos perdiendo la capacidad de escuchar. Nos toca tomar estas circunstancias como una oportunidad de hacernos más fuertes, de intensificar los valores que hemos aprendido. Amor, perseverancia, sacrificio. Esto último ni siquiera debe implicar que nos rompamos el cuello llevando un demonio dentro, sino que podemos sacrificar nuestro tiempo, talento, atención, hay mucho que podemos ofrecer. No importa lo poco que nos parezca, para otros podría ser mucho. Estos actos de sacrificio pueden ser lo que nos devuelva a una fe sincera, muy aparte de la religión que uno siga, y quizás logremos que la balanza se incline hacia algo mejor.

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