La Última Tarde se sostiene, primordialmente, por una discusión larga, con un background que poco a poco se va revelando, y por dos personajes con bastante personalidad que logran cargar toda la película.
Ramón y Laura, dos ex izquierdistas militantes, se reúnen luego de 19 años para terminar con sus trámites de divorcio. Mientras esperan, caminan y dialogan para ponerse al día, matar el tiempo y descubrir algunos misterios de sus pasados.
Vuelvo a repetir, la gracia de La última tarde se encuentra en el diálogo, que dicho sea de paso conforma toda la película. Se trata de una conversación/discusión que tiene de todo: nostalgia, gracia, humor, seriedad. Es el mismo diálogo el que marca el ritmo de la película. Haciendo una comparación innecesaria, recoge el estilo de la trilogía “Antes del”.
A simple vista, la fotografía e iluminación es básico. No es descuidado pero tampoco majestuoso. Sin embargo, y reitero, el encanto de La Última Tarde no está en todos estos detalles sino en el diálogo mismo. Y es que los planos secuencia abundan en la película, sobre todo en la primera mitad, pero nunca se pierde el ritmo; mucho menos se vuelve tediosa. Solo como una observación, ciertos planos parecían un tanto innecesarios y tal vez se deba al afán de no cortar por completo con la fluidez de la conversación. Pero eso ya es una deducción mía.
Katerina D’onofrio y Lucho Cáceres son la otra razón por la que la narrativa nunca cae. Sus interpretaciones son naturales y, sobre todo, la química entre ambos corre a la perfección. Vemos adultos cuarentones con un espíritu joven escondido en ellos mismos. Explotan o implosionan en los momentos precisos, saben cuando y cómo decir lo que tienen que decir.
En resumen, La Última Tarde aborda un punto de vista más sobre la época del terrorismo, nos obliga a presenciar una conversación tan bien estructurada, tan bien lograda que nos hace olvidar que vemos una ficción; sino más bien, lo que se plantea desde un principio: un reencuentro. Lo he repetido innumerables veces, pero vale la pena recalcar, presenciamos un diálogo increíblemente natural y cautivador.
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